La calidad del aire en América Latina representa una crisis de salud pública silenciosa pero implacable. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), más de 150 millones de personas viven en ciudades donde el aire supera los niveles de contaminación considerados seguros.
El costo humano de esta exposición es abrumador: 380 mil vidas perdidas prematuramente en 2024, además de más de 93 mil muertes adicionales vinculadas a la contaminación dentro de los hogares.
Este aire tóxico alimenta un círculo vicioso de enfermedades. La EPOC, el asma y el cáncer de pulmón, patologías directamente agravadas por la polución, se mantienen entre las principales causas de mortalidad. A esto se suma el problema de los diagnósticos tardíos. A pesar de los progresos tecnológicos, las cifras de afectados se resisten a bajar, señalando una urgencia que no ha sido contenida.
Existe además una paradoja en los servicios de salud, ya que el propio sector, dedicado a salvar vidas, es a la vez un importante contribuyente a la crisis ambiental que las amenaza. Un estudio de la revista The Lancet sitúa al sector como responsable del 5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una cifra que expone una contradicción fundamental en su operación.
Frente a este desafío, surgen señales alentadoras en Latinoamérica, donde países como Chile, Brasil y Colombia están liderando una transformación digital del sector. Las estrategias se centran en la digitalización de la atención primaria para optimizar recursos, la expansión de la telemedicina para llegar a zonas rurales y la aplicación de inteligencia artificial en el diagnóstico mediante análisis de imágenes radiológicas.
En una decisión histórica, la Asamblea Mundial de la Salud instó a los países a descarbonizar sus sistemas sanitarios y reforzar la lucha contra las enfermedades respiratorias, vinculando directamente la salud pública con la salud del planeta.
Nota por Roberto López e Israel González Cano
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